Calor, notas el peso de tu supervivencia a tus esapldas mientras empuñas el arma bajo un techo de estrellas perfectamente perfiladas que vigilan tus movimientos lentos, reptando por los entresijos del enemigo. Sólo escuhas tu respiración que se mezcla con el sonido del silencio que palpita en una noche de combate sumergido. Comienzan a colarse visiones, y siento la necesidad de sacarte de este lugar lleno de dolor, de olor a muerte. Quiero irme a casa. Se escucha un disparo, tienes que actuar. Vete por un momento, regresaré, y podré hacerte las mismas promesas que inventaré para atarme contigo en los grilletes del tiempo. Ojalá pudiera improvisar una trinchera donde esconder el miedo que siento al pensar que puede que la muerte se encuentre en el próximo punto que debo de alcanzar antes de que el cronómetro deje de hablar. Siete bajas. El desfile de metralla ilumina la oscuridad, y se contempla un escenario lleno de cntrastes, la belleza de lo humano y el horror del soldado, la naturaleza testigo de la sangre que se derrama por su piel, los cuerpos sin vida sobre la tierra. La mancha de la vida enrojeciendo las rocas, la hojarasca. El viento que produce las aspas del helicóptero descubren nuestros rostros mimetizados que ahora nos miramos, sabemos que sólo uno de nosotros subirá.
Me mata pensar que nunca sabré como agradecértelo.