Comencé a andar sin ningún tipo de rumbo, abandonándome en mitad de la noche siguiendo los pasos de los transeúntes que me llevaban a ninguna parte.
Yo estaba, presente y asuente por las calles, se abren ante mí, mujeres vendiendo calor, corros de sin nombre que nadie echa de menos, algún ebrio incapaz de mantener el equilibrio, millones de mensajes iluminados anúnciando "feliz navidad", olor a castañas, y cierro los ojos, me siento sola.
Continuo adentrándome en la ciudad por oscuros callejones que desembocan en una gran avenida donde la machudumbre galopa con grandes bolsas cargadas de paquetes envueltos.
Todo es una escaparate de anunciación festiva, giro en la esquina, me paro, y apoyo la espalda en el muro que dibuja el ángulo recto de la manzana.
Enciendo un cigarro con dificultad, el frío ha dejado insensible mi tacto y torpe mi movimiento, entonces se empaña mi visión y todo el paisaje queda reducido a un movimiento continuo de ir y venir de gente, todas las voces se aunan, y todos los colores se defininen en una línea recta y carente de tintes específicos convirtiéndose en una luz abstracta.
Echo el humo de mi chester sobre el cuadro nocturno que me observa y es cuando soy consciente, de que no formo parte del decorado.